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martes, noviembre 20, 2007

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Paradise Now. (2005)

PARADISE NOW

Retrato psicológico de un hombre-bomba

Paradise now, el quinto largometraje en la filmografía del director Hany Abu-Assad, relata las últimas horas de dos jóvenes palestinos que han sido escogidos por los líderes terroristas para ejecutar un atentado suicida contra objetivos israelíes.
Para este cineasta con pasaporte israelí –pertenece a la comunidad árabe que permaneció en el territorio del Estado judío y, por lo tanto, tiene su nacionalidad- no se trata de la primera incursión en el conflicto palestino-israelí: sus anteriores películas, como The 14th chick o Nazareth 2000 también se adentraron en el análisis de este conflicto. Pero no fue hasta el estreno de La boda de Rana cuando Abu-Assad obtuvo el reconocimiento internacional.



La novedad que aporta el realizador con su, hasta el momento, último filme es el deseo de introducirse en la mente de un terrorista suicida para averiguar qué motivos pueden empujar a tantos jóvenes con toda la vida por delante a inmolarse por lo que ellos creen una causa justa. El momento en que un kamikaze espera a que la gente se sitúe a su lado para segar sus vidas y la suya propia no es una imagen habitual en el cine, y menos aún en el made in Hollywood. El director y guionista quiere mostrar que un terrorista suicida no es un ser ajeno al sentimiento humano, y que es capaz de llevar una vida normal, con familia, amigos y trabajo, hasta que es elegido para perpetrar un nuevo ataque por voluntad de Alá.

Paradise now es una historia que perfectamente podría ser real. Said y Khaled son dos jóvenes de Nablus que trabajan en un taller de reparación de vehículos. El fuerte carácter de Khaled provoca que su jefe le despida y, posteriormente, los dos amigos conversan sobre el futuro nada halagador que les puede deparar la vida en Cisjordania. Esa misma noche, Said es informado por Jamal, un profesor de escuela que recluta a los suicidas, de que ha sido elegido para perpetrar junto a Khaled un nuevo atentado en Tel Aviv. El joven no manifiesta entusiasmo por su destino, pero reconoce ante Jamal que se trata de “la voluntad de Dios”. Las escenas de la última noche de Said con su familia son de un dramatismo contenido: los terroristas suicidas no tienen permiso para despedirse de sus familiares, y Said mira fijamente a su madre durante unos momentos, mirada que ella no acierta a interpretar. Pero en los ojos de su hijo se lee, más que el orgullo por ser un supuesto héroe que al día siguiente alcanzará el Paraíso, el dolor porque no volverá a ver a sus seres queridos, y la falta de convicción sobre el destino que Alá le ha deparado.

El hecho de que Said haya ido perdiendo poco a poco sus convicciones se debe en gran parte a su amistad con Suha, una bella joven que está enamorada de él, y que aporta al filme el punto de vista más moderado y pro Derechos Humanos de la causa palestina, frente a la postura ciega, en un principio, de Khaled. Suha es hija de un rico y respetado comerciante, y ha pasado largas temporadas en Europa, lo que la ha imbuido de un pensamiento contrario a la violencia como medio para expulsar a los israelíes de Palestina. Durante la madrugada anterior al atentado, Said visita a la chica, aunque en ningún momento le hace saber lo que ocurrirá al día siguiente. La amigable conversación que ambos mantienen a altas horas de la madrugada provoca al mártir más dudas acerca de su destino, y se lo hace saber a Khaled cuando están esperando que un israelí pagado por los terroristas los lleve en coche al lugar donde llevarán a cabo la masacre. Pero Khaled no tiene dudas: los dos hacen lo que tienen que hacer.

El rodaje de Paradise now se inició en Nablus, pero más tarde, a causa de la situación de peligro constante, que provocó que varios técnicos abandonaran el rodaje, el equipo se trasladó a Nazaret. Aún así, no hubo un solo día que no tuviera que detenerse el rodaje, a causa de los continuos tiroteos entre los soldados hebreos y la resistencia palestina.

La película de Hany Abu-Assad no muestra imágenes sangrientas, sino que presenta la violencia de una manera implícita. Un ejemplo muy ilustrativo de ello es la secuencia en la que, tras oír el fragor de los misiles, los transeúntes palestinos hacen amago de esconderse para, instantes más tarde, volver a caminar tranquilamente. O la escena final en el interior de un autobús lleno de pasajeros.
Aunque este director árabe-israelí ha tomado partido por la causa palestina, en ningún momento trata de justificar los ataques terroristas, que siempre ha condenado. Su única intención es dar pie a un debate y mostrar los aspectos que los occidentales nunca nos paramos a analizar, como la situación personal de los jóvenes suicidas –Said ha vivido siempre inmerso en un ambiente violento y su padre fue asesinado por colaborar con los hebreos-, la total ausencia de futuro y, principalmente, señalar a los verdaderos culpables: los guías militares y espirituales que ordenan las operaciones suicidas. Esos líderes que mordisquean sus bocadillos mientras Khaled es filmado despidiéndose de su familia y leyendo un alegato en el que expone los motivos de la lucha terrorista. Esos fanáticos que rara vez se inmolan por su causa. Esos expertos en lavar cerebros que aseguran a un entonces reticente Said que, después de activar la máquina infernal que lleva adosada a su cuerpo, será recogido por dos ángeles que le llevarán al Paraíso.

McLane